08 de febrero de 2017, ya hace casi un
mes que volvemos a tener la furgoneta, francamente, el tiempo pasa
muy distinto cuando llevas tantos meses de viaje. Parece que hiciera
tres meses que estamos en Estados Unidos, pero no es así, ya no
medimos el tiempo en horas, días o meses, lo estamos midiendo en
experiencias, es muy difícil saber cuándo hicimos la última
compra, cuál fue el último día que llamamos a casa, vamos midiendo
según zonas que hemos visitado. En casa me quejaba de la vida, de la
rutina del día a día, actualmente me da mucho por pensar, en las
horas que estamos mirando la carretera, unos días con sol, otros con
lluvia, incluso con nieve, filosofeo sobre la vida, realmente la
vida es una rutina, pero me estoy dando cuenta que la rutina no es
mala, lo importante de la rutina es que te guste y te sientas a gusto
con ella, hay días extraordinarios y días normales que pasan
desapercibidos, si estos días normales dejaran de existir, los
extraordinarios perderían la importancia que tienen, y así tengo
mis pensamientos que le suelto a Jordi, a veces me dice, ¿cómo
puede ser que ya estés hablando así sin haber desayunado?, pues la
sensación que tengo es que mi cerebro va explotando cada día que
pasa y me hace recordar y comparar, y darme cuenta que esta vida que
hemos escogido es fantástica y la que teníamos antes también lo es
y que me encantaba y eso me alegra, porque estoy aprendiendo a
valorar cada uno de mis días.
Después de este prólogo tan místico
de mi existencia os cuento, estamos en San Francisco, llenos de
experiencias increíbles, después de recoger la furgoneta nos fuimos
hacia OceanSide, un pueblo en la costa, a unos 80 Km al sur de Los
Ángeles (o 50 millas que aquí vamos con millas, galones y todo a lo
grande) allí compramos comida, llenamos la despensa y simplemente
nos sentamos a ver el océano, la puesta de sol del pacífico, el
primer día llovió, pero el segundo nos regaló unas vistas
impresionantes, las que nos merecíamos después de estar tantos días
en Los Ángeles esperando. Otra gran rallada de las mías es que
después de dar media vuelta al mundo estamos descubriendo que
nuestra casa es el paraíso de las patatas fritas en bolsa, en el
norte de Europa son carísimas, en Rusia venden bolsas pequeñas, no
existen las grandes, en Mongolia y el sur este asiático ni se les
pasa por la cabeza tener patatas fritas. En Estados Unidos tienen un
gran surtido, pero están muy caras. Aunque de vez en cuando nos
permitimos el capricho, como fue en OceanSide, que nos compramos unas
bolsas y unas cervezas y volvimos a descubrir lo bien que se está en
nuestro microespacio.
En EEUU hemos vuelto a encontrar
oficinas de turismo, la última que vimos estaba en San Petersburgo,
así que fuimos a buscar toda la información que pudimos, le
explicamos nuestra aventura a la señora de turismo y nos llenó una
bolsa entera de mapas de carreteras de todos los estados, todos los
parques nacionales, ciudades, etc. Así que con la cervecita y las
patatas empezamos a planear la ruta, que está siendo la siguiente:
de OceanSide nos fuimos hacia el parque nacional de Joshua Tree, un
parque preparado para escaladores, allí compramos un pase anual de
parques nacionales, nos costó 80 euros pero nos va a servir para
todo este año, en Joshua Tree visitamos una antigua mina de oro,
descubrimos caminos que nos recordaban muchísimo a las películas de
vaqueros y como dice Jordi cada día,...como las clavan las pelis.
Estuvimos un par de días escalando y era fantástico, porque había
mucha gente, pero es un parque tan grande que llegas a estar solo sin
oír nada de nada, sólo ves Yucas, unos árboles muy característicos
de este parque, enero es temporada alta, porque en verano hace mucho
calor y puedes morir deshidratado, en los parques nacionales hay
zonas de acampada, pero se tienen que pagar casi todas, así que
nosotros salíamos del parque y aparcábamos en la entrada, así nos
ahorrábamos un dinerillo. De Joshua Tree nos fuimos a New Jack city,
una zona de escalada que nos comentaron unos chicos que conocimos en
Joshua Tree, allí también estuvimos escalando unos días y pudimos
aparcar dentro de la zona de escalada, esta zona no está marcada en
ningún sitio, tampoco está indicada en la carretera, menos mal que
nos explicaron bien estos chicos y lo encontramos a la primera.
En la carretera nos dimos cuenta de la
amplitud de la zona oeste de Estados Unidos, increíbles llanuras,
largas y el sol haciendo espejismos, nos encantaba ver la carretera
larga, y de verdad os digo, había bolas de hierba que arrastraba el
viento por el medio de la carretera, sabéis las bolas que os digo
no? Tenía tantas ganas de descalzarme en la furgoneta, poner los
pies en el salpicadero y beber un té con el termo que no me canso de
hacerlo, sobretodo cuando hace sol.
De New Jack City fuimos a Las Vegas,
Jordi tenía muchas ganas de ir, yo también, pero no me emocionaba
mucho, y claro, cuando llegamos ya me dijo,...de aquí no nos vamos
sin jugarnos unos dólares baby. Y no me quedó elección, fuimos a
un casino y nos jugamos 20$ yo ya los daba por perdidos, pero la
señora de la ruleta nos dijo que nos había tocado, le dijimos que
cuánto nos había tocado y nos dijo...seventy... Y Jordi me
dice...ha dicho setenta? Yo le dije,...noooo será diecisiete y no lo
hemos entendido bien, así que se lo hicimos repetir y cuando nos
dijo setenta yo grité de la alegría,...como si nos hubieran tocado
1.000 dólares, un “cowboy” con su sombrero y su “churri” se
acercó y quiso apostar en nuestra mesa, porque debía pensar que nos
estábamos forrando, le dijimos a la crupier que nos diera el dinero
que nos íbamos a comer unas blue cheese burguer con french fries y
un american coffee, qué risas que nos pegamos después al
recordarlo, porque allí la gente se juega más de 500$ en la
partida, nosotros nos jugamos 20 y ganamos 70,....tampoco era para
tanto, pero bueno la ilusión fue lo mejor, eso no fue lo único que
vivimos en esta ciudad, pero sintiéndolo mucho, lo que pasa en Las
Vegas se queda en Las Vegas.
Nos fuimos hacia Arizona a ver al
colosal Gran Cañón,...que tampoco debía ser para
tanto...recorrimos la ruta 66 y al llegar lo que sí era para tanto
fue el frío, 17 grados bajo cero, y tan tranquilos aparcamos, nos
hicimos la cena y nos acostamos a dormir, al día siguiente la
furgoneta no arrancaba, así que fuimos a buscar las pinzas....ay no
que no llevábamos, vaya aventureros estamos hechos, justo a nuestro
lado había un señor que se acababa de comprar un coche y tampoco le
arrancaba, él sí sacó sus pinzas y se enchufó a otro coche,
nosotros nos pusimos a su lado y le dijimos...después nos toca a
nosotros y así fue que nos ayudaron a arrancar la furgoneta (ya
tenemos american pinzas podéis estar tranquilos) fuimos a ver el
gran cañón y señores,...sí es para tanto, es impresionante, y
estoy segura que nevado lo es muchísimo más, espectacular, un vacío
enorme que llega a entrar en tu alma hasta el punto que te cuesta
respirar, nuestros ojos no están acostumbrados a poder dirigir la
vista a un horizonte tan lejano, allí conocimos a una pareja mayor
que iban con una chica de Perú, estuvimos charlando y nos dijeron
que teníamos que ir a Sedona, a ver las red rocks, y como no hay
nada mejor que hacer caso de la gente del lugar, nos fuimos hacia
Sedona, un poco más al sur, y por lo tanto un poco más calentito.
Nos encantó el pueblo, y lo mejor fue la bajada del puerto de
montaña que hay entre Sedona y el Gran Cañón, montañas, ríos,
nieve, estaba anocheciendo y el color era rosado, resaltando con el
blanco de la nieve y la base de las montañas totalmente roja, la
furgoneta estaba bien contenta, porque hacía bajada, la subida la
hicimos por otra carretera menos pronunciada. En Sedona estuvimos
caminando por distintas rutas que nos llevaban a los verdaderos
paisajes y decorados de Bonanza y allí nos acordamos millones de
veces del padre de Jordi y de mi abuelo, fans aférrimos de John
Wayne y sus muchachos.
En un principio queríamos llegar hasta
El Paso, para ver la frontera con México, pero al final, por
Quilómetros y gasto de gasoil decidimos empezar a tirar hacia el
Norte, y hacia el Norte...the winter is coming. De Sedona nos
dirigimos hacia Death Valley, y para no pillar nieve preferimos coger
la misma ruta que habíamos cogido para bajar, y Jordi pensó que
sería mejor hacer noche en...Las Vegas,...qué cosas eh!!! Bueno
pasamos allí la noche y al día siguiente llegamos al Parque
Nacional de Death Valley (el valle de la muerte), creíamos que en
ese parque nacional no encontraríamos nada, sólo desierto, pero la
gran sorpresa fue que tiene una zona con dunas por las que me tiré,
no podía morir sin haberme tirado por unas dunas,...y no lo volveré
a hacer, estuve mareada toda la tarde y estuve dos días sacándome
arena del ombligo, de las orejas, de los dientes y de la nariz, así
que nos duchamos en un campo base. Duchaditos y limpitos nos fuimos a
ver cañones, increíbles colores, unos cañones de mármol, otros
amarillos y rojos, otros de tierra rojiza que forman puentes
naturales y en una punta del parque, un volcán, el cual puedes
caminar al rededor del cráter, pisando tierra volcánica, cargada de
años y de historia, el sol apreta mucho en Death Valley, teníamos
que ir con unos gorros para protegernos y no tienes sensación de
sed, aunque te estés deshidratando, es bastante peligroso, así que
íbamos bebiendo a sorbos pequeños, aunque el cuerpo no nos diera
ninguna voz de alarma, la última visita que hicimos fue en una balsa
de sal que había justo al lado del desierto con las dunas, lo más
increíble de este parque son los cambios bruscos de paisajes que te
puedes encontrar, y las sorpresas que hay en cada rincón, creíamos
que no íbamos a ver nada y nos sorprendió toda su variedad y
sobretodo tan diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, y tal
cómo nos encantó Death Valley por lo diferente a lo que nosotros
conocemos nos encantó el camino que recorrimos hasta el otro parque
nacional el de Sequoia y Kings Canyon, fuimos hacia el norte por en
medio del estado de California y vimos naranjos y olivos,... en mi
vida me había hecho tanta ilusión ver unos olivos... cuando estoy
en casa y empiezo a ver olivos quiere decir que empieza el trabajo,
aquí era un recuerdo de nuestra vida, a miles de quilómetros y con
un paisaje tan parecido, nos encantó tener la sensación de estar en
casa, poco a poco nos acercamos a estos parques nacionales donde se
encuentran los árboles más grandes del mundo, las Secuoyas, aquí
estos árboles son sinónimo de sabiduría, por los años que tienen,
podrían ser sinónimo de calma, fortaleza, grandeza, carácter y mil
cosas más que sientes cuando te metes dentro de uno de ellos y notas
como aunque no hable, ni te mire, te deja acercarte y te deja
sentirlo, sintiéndote respetado y abrazado, y de vez en cuando, en
el silencio, Jordi o yo decimos...y qué cosas estamos viendo y
viviendo en este viaje y el otro afirma con un...mmmm
La siguiente parada fue otro parque
nacional, ya os he dicho que nos sacamos el pase anual, y lo estamos
amortizando muchísimo, el parque nacional que esperábamos tanto, el
Gran Cañón es espectacular, pero para nosotros la estrella iba a
ser el siguiente, el Yosemite, íbamos a ver a El Capitán, la pared
de granito más grande del mundo, donde se encuentra la vía de
escalada más difícil del mundo, no es que la fuéramos a subir,
queríamos estar, como queremos estar en tantos sitios que sólo leer
sobre ellos ya nos marcan, la vimos y la sentimos, cómo de grande es
la naturaleza para hacer esas bellezas tan inmensas, montañas,
paredes rectas, árboles enormes, y cuán pequeños somos nosotros y
lo grandes que nos creemos, nuestra vida pasa sin voz y todos ellos
se quedan allí viéndote pasar, sabiendo que tú pasas y ellos
seguirán allí para que más generaciones los admiren, si es que
quieren admirarlos, y los respeten, y puedes notarlo, debes
respetarlos, en este mundo sólo mandan ellos, sin ellos todos
nosotros estamos muertos.
La gran riqueza de Estados Unidos son
sus paisajes y sus parques nacionales, la naturaleza que puedes
apreciar, aunque a diferencia de Mongolia aquí puedes respirar un
respeto hacia ella, sin que el ser humano llegue a mezclarse y
fusionarse sintiéndose parte de ella, esto lo puedo explicar así
porque en Mongolia llegué a sentir como la naturaleza me engullía
para formar parte de ella, ves las rocas, los animales y los humanos
formando un gran equipo, en Estados Unidos puedes ver las rocas y sus
paisajes por un lado, los animales por otro y el ser humano
respetándolo pero no fusionándose en un mismo equipo. Y de eso
trata el viaje, de ver cómo el mundo se relaciona de distintas
maneras.
Por un tiempo se acabaron los parques
nacionales, nos fuimos hacia la costa, llegamos a Santa Cruz, el
pueblo donde nació el Skateboard, estuvo lloviendo dos días, y lo
mejor que tiene la furgoneta es que cuando te cansas de la lluvia te
vas a otro sitio. Y ayer llegamos a San Francisco, a diferencia de
Los Ángeles o Las Vegas, esta ciudad está viva, se respira cultura,
las razas se mezclan y se respira cooperación de pueblo, así que
nos quedaremos hasta que nos plazca, y luego nos iremos ya hacia el
norte, aunque esto ya irá en otro post.
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oceanside |
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bar restaurante típico americano |
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Joshua tree |
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mina de oro the lost horse |
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así me lavo el pelo |
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las vegas |
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todo al rojo |
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ruta 66 |
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el gran cañón |
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red rocks sedona |
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red rocks en sedona |
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dunas de Death Valley |
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volcán Ubeheebe death valley |
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Golden canyon en Death valley |
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el tercer árbol más grande del mundo |
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Yosemite |
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el capitán y mi capitán |
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