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lunes, 13 de febrero de 2017

El lejano Oeste


08 de febrero de 2017, ya hace casi un mes que volvemos a tener la furgoneta, francamente, el tiempo pasa muy distinto cuando llevas tantos meses de viaje. Parece que hiciera tres meses que estamos en Estados Unidos, pero no es así, ya no medimos el tiempo en horas, días o meses, lo estamos midiendo en experiencias, es muy difícil saber cuándo hicimos la última compra, cuál fue el último día que llamamos a casa, vamos midiendo según zonas que hemos visitado. En casa me quejaba de la vida, de la rutina del día a día, actualmente me da mucho por pensar, en las horas que estamos mirando la carretera, unos días con sol, otros con lluvia, incluso con nieve, filosofeo sobre la vida, realmente la vida es una rutina, pero me estoy dando cuenta que la rutina no es mala, lo importante de la rutina es que te guste y te sientas a gusto con ella, hay días extraordinarios y días normales que pasan desapercibidos, si estos días normales dejaran de existir, los extraordinarios perderían la importancia que tienen, y así tengo mis pensamientos que le suelto a Jordi, a veces me dice, ¿cómo puede ser que ya estés hablando así sin haber desayunado?, pues la sensación que tengo es que mi cerebro va explotando cada día que pasa y me hace recordar y comparar, y darme cuenta que esta vida que hemos escogido es fantástica y la que teníamos antes también lo es y que me encantaba y eso me alegra, porque estoy aprendiendo a valorar cada uno de mis días.

Después de este prólogo tan místico de mi existencia os cuento, estamos en San Francisco, llenos de experiencias increíbles, después de recoger la furgoneta nos fuimos hacia OceanSide, un pueblo en la costa, a unos 80 Km al sur de Los Ángeles (o 50 millas que aquí vamos con millas, galones y todo a lo grande) allí compramos comida, llenamos la despensa y simplemente nos sentamos a ver el océano, la puesta de sol del pacífico, el primer día llovió, pero el segundo nos regaló unas vistas impresionantes, las que nos merecíamos después de estar tantos días en Los Ángeles esperando. Otra gran rallada de las mías es que después de dar media vuelta al mundo estamos descubriendo que nuestra casa es el paraíso de las patatas fritas en bolsa, en el norte de Europa son carísimas, en Rusia venden bolsas pequeñas, no existen las grandes, en Mongolia y el sur este asiático ni se les pasa por la cabeza tener patatas fritas. En Estados Unidos tienen un gran surtido, pero están muy caras. Aunque de vez en cuando nos permitimos el capricho, como fue en OceanSide, que nos compramos unas bolsas y unas cervezas y volvimos a descubrir lo bien que se está en nuestro microespacio.

En EEUU hemos vuelto a encontrar oficinas de turismo, la última que vimos estaba en San Petersburgo, así que fuimos a buscar toda la información que pudimos, le explicamos nuestra aventura a la señora de turismo y nos llenó una bolsa entera de mapas de carreteras de todos los estados, todos los parques nacionales, ciudades, etc. Así que con la cervecita y las patatas empezamos a planear la ruta, que está siendo la siguiente: de OceanSide nos fuimos hacia el parque nacional de Joshua Tree, un parque preparado para escaladores, allí compramos un pase anual de parques nacionales, nos costó 80 euros pero nos va a servir para todo este año, en Joshua Tree visitamos una antigua mina de oro, descubrimos caminos que nos recordaban muchísimo a las películas de vaqueros y como dice Jordi cada día,...como las clavan las pelis. Estuvimos un par de días escalando y era fantástico, porque había mucha gente, pero es un parque tan grande que llegas a estar solo sin oír nada de nada, sólo ves Yucas, unos árboles muy característicos de este parque, enero es temporada alta, porque en verano hace mucho calor y puedes morir deshidratado, en los parques nacionales hay zonas de acampada, pero se tienen que pagar casi todas, así que nosotros salíamos del parque y aparcábamos en la entrada, así nos ahorrábamos un dinerillo. De Joshua Tree nos fuimos a New Jack city, una zona de escalada que nos comentaron unos chicos que conocimos en Joshua Tree, allí también estuvimos escalando unos días y pudimos aparcar dentro de la zona de escalada, esta zona no está marcada en ningún sitio, tampoco está indicada en la carretera, menos mal que nos explicaron bien estos chicos y lo encontramos a la primera.

En la carretera nos dimos cuenta de la amplitud de la zona oeste de Estados Unidos, increíbles llanuras, largas y el sol haciendo espejismos, nos encantaba ver la carretera larga, y de verdad os digo, había bolas de hierba que arrastraba el viento por el medio de la carretera, sabéis las bolas que os digo no? Tenía tantas ganas de descalzarme en la furgoneta, poner los pies en el salpicadero y beber un té con el termo que no me canso de hacerlo, sobretodo cuando hace sol.

De New Jack City fuimos a Las Vegas, Jordi tenía muchas ganas de ir, yo también, pero no me emocionaba mucho, y claro, cuando llegamos ya me dijo,...de aquí no nos vamos sin jugarnos unos dólares baby. Y no me quedó elección, fuimos a un casino y nos jugamos 20$ yo ya los daba por perdidos, pero la señora de la ruleta nos dijo que nos había tocado, le dijimos que cuánto nos había tocado y nos dijo...seventy... Y Jordi me dice...ha dicho setenta? Yo le dije,...noooo será diecisiete y no lo hemos entendido bien, así que se lo hicimos repetir y cuando nos dijo setenta yo grité de la alegría,...como si nos hubieran tocado 1.000 dólares, un “cowboy” con su sombrero y su “churri” se acercó y quiso apostar en nuestra mesa, porque debía pensar que nos estábamos forrando, le dijimos a la crupier que nos diera el dinero que nos íbamos a comer unas blue cheese burguer con french fries y un american coffee, qué risas que nos pegamos después al recordarlo, porque allí la gente se juega más de 500$ en la partida, nosotros nos jugamos 20 y ganamos 70,....tampoco era para tanto, pero bueno la ilusión fue lo mejor, eso no fue lo único que vivimos en esta ciudad, pero sintiéndolo mucho, lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

Nos fuimos hacia Arizona a ver al colosal Gran Cañón,...que tampoco debía ser para tanto...recorrimos la ruta 66 y al llegar lo que sí era para tanto fue el frío, 17 grados bajo cero, y tan tranquilos aparcamos, nos hicimos la cena y nos acostamos a dormir, al día siguiente la furgoneta no arrancaba, así que fuimos a buscar las pinzas....ay no que no llevábamos, vaya aventureros estamos hechos, justo a nuestro lado había un señor que se acababa de comprar un coche y tampoco le arrancaba, él sí sacó sus pinzas y se enchufó a otro coche, nosotros nos pusimos a su lado y le dijimos...después nos toca a nosotros y así fue que nos ayudaron a arrancar la furgoneta (ya tenemos american pinzas podéis estar tranquilos) fuimos a ver el gran cañón y señores,...sí es para tanto, es impresionante, y estoy segura que nevado lo es muchísimo más, espectacular, un vacío enorme que llega a entrar en tu alma hasta el punto que te cuesta respirar, nuestros ojos no están acostumbrados a poder dirigir la vista a un horizonte tan lejano, allí conocimos a una pareja mayor que iban con una chica de Perú, estuvimos charlando y nos dijeron que teníamos que ir a Sedona, a ver las red rocks, y como no hay nada mejor que hacer caso de la gente del lugar, nos fuimos hacia Sedona, un poco más al sur, y por lo tanto un poco más calentito. Nos encantó el pueblo, y lo mejor fue la bajada del puerto de montaña que hay entre Sedona y el Gran Cañón, montañas, ríos, nieve, estaba anocheciendo y el color era rosado, resaltando con el blanco de la nieve y la base de las montañas totalmente roja, la furgoneta estaba bien contenta, porque hacía bajada, la subida la hicimos por otra carretera menos pronunciada. En Sedona estuvimos caminando por distintas rutas que nos llevaban a los verdaderos paisajes y decorados de Bonanza y allí nos acordamos millones de veces del padre de Jordi y de mi abuelo, fans aférrimos de John Wayne y sus muchachos.

En un principio queríamos llegar hasta El Paso, para ver la frontera con México, pero al final, por Quilómetros y gasto de gasoil decidimos empezar a tirar hacia el Norte, y hacia el Norte...the winter is coming. De Sedona nos dirigimos hacia Death Valley, y para no pillar nieve preferimos coger la misma ruta que habíamos cogido para bajar, y Jordi pensó que sería mejor hacer noche en...Las Vegas,...qué cosas eh!!! Bueno pasamos allí la noche y al día siguiente llegamos al Parque Nacional de Death Valley (el valle de la muerte), creíamos que en ese parque nacional no encontraríamos nada, sólo desierto, pero la gran sorpresa fue que tiene una zona con dunas por las que me tiré, no podía morir sin haberme tirado por unas dunas,...y no lo volveré a hacer, estuve mareada toda la tarde y estuve dos días sacándome arena del ombligo, de las orejas, de los dientes y de la nariz, así que nos duchamos en un campo base. Duchaditos y limpitos nos fuimos a ver cañones, increíbles colores, unos cañones de mármol, otros amarillos y rojos, otros de tierra rojiza que forman puentes naturales y en una punta del parque, un volcán, el cual puedes caminar al rededor del cráter, pisando tierra volcánica, cargada de años y de historia, el sol apreta mucho en Death Valley, teníamos que ir con unos gorros para protegernos y no tienes sensación de sed, aunque te estés deshidratando, es bastante peligroso, así que íbamos bebiendo a sorbos pequeños, aunque el cuerpo no nos diera ninguna voz de alarma, la última visita que hicimos fue en una balsa de sal que había justo al lado del desierto con las dunas, lo más increíble de este parque son los cambios bruscos de paisajes que te puedes encontrar, y las sorpresas que hay en cada rincón, creíamos que no íbamos a ver nada y nos sorprendió toda su variedad y sobretodo tan diferente a lo que estamos acostumbrados a ver, y tal cómo nos encantó Death Valley por lo diferente a lo que nosotros conocemos nos encantó el camino que recorrimos hasta el otro parque nacional el de Sequoia y Kings Canyon, fuimos hacia el norte por en medio del estado de California y vimos naranjos y olivos,... en mi vida me había hecho tanta ilusión ver unos olivos... cuando estoy en casa y empiezo a ver olivos quiere decir que empieza el trabajo, aquí era un recuerdo de nuestra vida, a miles de quilómetros y con un paisaje tan parecido, nos encantó tener la sensación de estar en casa, poco a poco nos acercamos a estos parques nacionales donde se encuentran los árboles más grandes del mundo, las Secuoyas, aquí estos árboles son sinónimo de sabiduría, por los años que tienen, podrían ser sinónimo de calma, fortaleza, grandeza, carácter y mil cosas más que sientes cuando te metes dentro de uno de ellos y notas como aunque no hable, ni te mire, te deja acercarte y te deja sentirlo, sintiéndote respetado y abrazado, y de vez en cuando, en el silencio, Jordi o yo decimos...y qué cosas estamos viendo y viviendo en este viaje y el otro afirma con un...mmmm

La siguiente parada fue otro parque nacional, ya os he dicho que nos sacamos el pase anual, y lo estamos amortizando muchísimo, el parque nacional que esperábamos tanto, el Gran Cañón es espectacular, pero para nosotros la estrella iba a ser el siguiente, el Yosemite, íbamos a ver a El Capitán, la pared de granito más grande del mundo, donde se encuentra la vía de escalada más difícil del mundo, no es que la fuéramos a subir, queríamos estar, como queremos estar en tantos sitios que sólo leer sobre ellos ya nos marcan, la vimos y la sentimos, cómo de grande es la naturaleza para hacer esas bellezas tan inmensas, montañas, paredes rectas, árboles enormes, y cuán pequeños somos nosotros y lo grandes que nos creemos, nuestra vida pasa sin voz y todos ellos se quedan allí viéndote pasar, sabiendo que tú pasas y ellos seguirán allí para que más generaciones los admiren, si es que quieren admirarlos, y los respeten, y puedes notarlo, debes respetarlos, en este mundo sólo mandan ellos, sin ellos todos nosotros estamos muertos.

La gran riqueza de Estados Unidos son sus paisajes y sus parques nacionales, la naturaleza que puedes apreciar, aunque a diferencia de Mongolia aquí puedes respirar un respeto hacia ella, sin que el ser humano llegue a mezclarse y fusionarse sintiéndose parte de ella, esto lo puedo explicar así porque en Mongolia llegué a sentir como la naturaleza me engullía para formar parte de ella, ves las rocas, los animales y los humanos formando un gran equipo, en Estados Unidos puedes ver las rocas y sus paisajes por un lado, los animales por otro y el ser humano respetándolo pero no fusionándose en un mismo equipo. Y de eso trata el viaje, de ver cómo el mundo se relaciona de distintas maneras.

Por un tiempo se acabaron los parques nacionales, nos fuimos hacia la costa, llegamos a Santa Cruz, el pueblo donde nació el Skateboard, estuvo lloviendo dos días, y lo mejor que tiene la furgoneta es que cuando te cansas de la lluvia te vas a otro sitio. Y ayer llegamos a San Francisco, a diferencia de Los Ángeles o Las Vegas, esta ciudad está viva, se respira cultura, las razas se mezclan y se respira cooperación de pueblo, así que nos quedaremos hasta que nos plazca, y luego nos iremos ya hacia el norte, aunque esto ya irá en otro post.

oceanside
 

bar restaurante típico americano

Joshua tree

mina de oro the lost horse

así me lavo el pelo

las vegas

todo al rojo

ruta 66


el gran cañón

red rocks sedona

red rocks en sedona

dunas de Death Valley

volcán Ubeheebe death valley

Golden canyon en Death valley

el tercer árbol más grande del mundo

Yosemite

el capitán y mi capitán